Después de casi 12 horas de parto, y tras un momento de crisis, llegamos a las 2 de la tarde del 30 de agosto con los ánimos a medio gas y la bolsa aún intacta. Ya estaba dilatada a 9 centímetros y, con cada contracción, me ponía en completa. El problema era que al tener la bolsa entera y liquido como para llenar una piscina olímpica, Atreyu no llegaba a apoyar la cabeza y mucho menos a encajarla en el canal del parto.
Las contracciones eran cada vez más seguidas y yo tenía ya unas ganas de empujar irrefrenables. La matrona me dio carta blanca para hacerlo. Me dijo que si me aliviaba empujar y era lo que el cuerpo me pedía, lo hiciera. A ver si con suerte, en uno de aquellos empujones, la bolsa reventaba de una vez. Aun así, entre contracción y contracción me quedaba dormida. Como si en los escasos minutos que había entre ellas diera tiempo a caer en un profundo y «reparador» sueño…
Necesitaba toda la concentración y toda la fuerza que pudiera reunir en aquel momento, tanto física como mental, pues ambas cosas comenzaban a flaquear. En cada contracción, me pillara en la postura que me pillara, empujaba con todas mis fuerzas y la bolsa salía de mi como cuando aprietas un globo lleno de agua. Pero al pasar la contracción volvía dentro y seguíamos como estábamos.
En un momento de soledad en el paritorio, le confesé a mi marido que tenía miedo. Miedo de no poder hacerlo, de agotarme y quedarme sin fuerzas. Aun no habíamos llegado al expulsivo y, con cada contracción, me notaba mas débil y mas insegura. Él me animó y me dijo que le consultara a Lourdes, la matrona. Eso hice. Cuando volvió le conté mis miedos y le dije que, aunque habíamos acordado que ella no rompería la bolsa, si veía que me iba a agotar, yo le daba permiso para que lo hiciera. Porque, ante todo, confiaba en ella. Me dijo que estuviera tranquila. Ibamos a darnos un poco mas de tiempo y, si no se rompía sola, la romperían.
Serían cerca de las 3 de la tarde cuando me propuso hacerme un tacto vaginal para palpar la colocación de la cabeza del niño. Y así fue que, en mitad del tacto, me vino una contracción muy intensa y apreté, apreté sin importarme nada. No se si fue porque ella aún tenía la mano dentro de mi o porque, pero en ese momento la bolsa, por fin, se rompió y un torrente de liquido caliente cayó al suelo. Allí me quedé, quieta, de pie como estaba, sobre un charco de liquido amniótico, sin querer moverme para no escurrirme. Salió tal cantidad de líquido que, tanto ella como yo, nos tuvimos que cambiar de ropa.
Después de dos partos (en el primero me rompieron la bolsa) he llegado a la conclusión de que lo mio no son bolsas amnióticas… Son bolsas de las azules del Ikea, ¡irrompibles!
Después de esto el parto entraba en su recta final.
Las contracciones se hicieron aun mas intensas y yo ya estaba dilatada por completo. ¡Aquello estaba hecho! Unos cuantos empujones y conocería a mi niño al fin… Eso pensaba al menos. Pero no. Dimos con otro escollo en el camino. Mi pequeño, ese que había estado perfectamente colocado casi en cada revisión, había encajado la cabeza, pero no como debería.
Hay una cosa llamada la posición fetal óptima, esa que es la ideal de cara a un parto sin complicaciones. Bien, pues Atreyu estaba mal colocado de dos maneras diferentes. Primero os dejo una imagen de como sería la posición correcta de cara al expulsivo.
Atreyu, en cambio, se había encajado de manera que su cabeza estaba perpendicular a la posición óptima. Pero no solo eso, sino que, en vez de tener la barbilla pegada al pecho, tenia la cabeza mirando hacia arriba. Lo mas favorable es que lo primero que asome sea la coronilla. Porque, de otro modo, el diámetro de salida de la cabeza aumenta y eso complica bastante el expulsivo.
La primera imagen es la cabeza bien colocada respecto a la pelvis de la madre. La segunda como estaba mi hijo.
Y en esta imagen podéis ver lo que os comentaba de la barbilla
Las matronas iban palpando, mediante tactos vaginales, como estaba colocada la cabeza. Así, cuando me venía la contracción intentaban ayudar a Atreyu a que rotara para facilitar su salida. Estábamos en pleno expulsivo, la cosa se alargaba y a mi apenas me quedaban fuerzas. Oía, de vez en cuando, llantos de bebés acabados de nacer y yo solo podía pensar «el mío no sale, no sale«.
Estaba ya en una posición semisentada en la camilla transformer que tenían allí e intentaba, con la ayuda del Papá Cascarrabias, recordar como pujar y como respirar para que fuera lo mas efectivo posible. Aunque reconozco que había momentos que yo misma me recordaba en voz alta que tenía que respirar… Como si eso fuera algo que se pudiera olvidar. Durante aquella eterna hora y media, estuve gran parte metida en un bucle infinito que constaba de pujo largo/chillido de agotamiento/llanto y vuelta a empezar.
No creo que haya hecho ningún esfuerzo tan grande en mi vida, ni siquiera en mi anterior parto. Esta vez todo era mas vivo, mas largo, mas intenso y mas consciente. Recuerdo también pedir el famoso gas de la risa “in extremis”, pero no me lo trajeron porque, realmente, ya no hubiera hecho ningún efecto.
Mi marido, al que el expulsivo se le hizo casi tan largo como a mi, me ayudaba a incorporarme con cada pujo. A mi ya no me quedaba casi fuerza para levantar mi cuerpo y la maldita via, de la que me estuve acordando todo el parto, no me permitía cogerme bien a las agarraderas para empujar. Me dolía mucho porque me la habían colocado demasiado cerca de la muñeca y a cada movimiento para hacer fuerza estaba mas cerca de sacarla de su sitio. Lo que estaba claro es que no era el momento de que me la quitaran y me buscaran otra vía, en pleno expulsivo no…
4 Comentarios
Ay no puede ser, otro post? Te voy a matar! Jajaja
Ahhhhhhh!!! Ya entiendo que te gusten los partos por capitulos!! Jajajaja
Cuatro partes… Ya estaba bien, jajajaja
Aaaayyy, me estás matando jajaja. Cuánta intensidad. Lo pasarías fatal pero seguro que es un recuerdo precioso.
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